viernes, 4 de noviembre de 2016

Hilvanando recuerdos.









Escucho con dificultad a Iván Ferreiro por el mero hecho de que empezó a gustarte justo después de dejar de interesarte yo. Y por eso y por mi extraña obsesión por competir, debo decir que no digiero bien seguir escuchándole. Me gustan sus circulares pensamientos y esa melodía que recorre mi cuerpo con su voz. Pero ese cántico que gritas en el coche cuando quieres sobreponerte a los silencios, a que los hijos de los que tanto sabes no te conozcan o a ese perro que te da la vida sin que apenas sepa como hueles o como serán tus manos al acariciar su pequeña cabecita, eso,  hace enloquecer por momentos mis atenazados sentimientos. 

Imagino que eso ya dará igual pues el invierno acecha y las hojas apuntan a colores derretidos en esos verdes con espinas que siempre nos deja el verano. Ahora todo es acústico. Nos encerramos en garitos de madera donde es más fácil escuchar los arpegios de cualquier manifestación de  esos prójimos que vienen y van, dotando a la vida de movimiento. Es una lluvia de deseos insatisfechos con los que soñamos y en los que aparentemente nos reflejamos de manera difusa hasta que las noches terminan por ser protagonistas de días sin luz. Tonos escondidos que nos hacen recogernos.

Una infusión y un libro. Un lugar perdido en las referencias de las guías y un pensamiento que cautiva cada hoja, cada frase de este libro. Las hojas adivinan a cerrarse sin querer y me prohíbo pensar durante unos minutos, al menos mientras ese humo que se derrite fuera de la taza siga dibujando frases que se alojan en mis gramaticales ojos mientras construyo lamentos y promesas que no me hago. La gente fuma en la calle. No hace demasiado frio pero es agradable empezar a ver pasar las horas desde este escaparate de cristal en que se convierte el inicio del invierno. 

Una sonrisa. La de anoche en medio de tantos personajes de ficción que se hicieron realidad. Eva Cassidy se atreve con Imagine mientras reprimo algunas frases de ayer. Los extraterrestres pasaron cerca del Teatro Lara. Gentes de otras épocas traídos en volandas para llenar de musas esta colección de calles de otros tiempos, para muchos de ellos de otras vidas. Yo adelgazaba la mirada escuchando las historias traídas hasta mi de una manera natural donde los protagonistas se escuchaban a sí mismos sin decoro. Un firmamento de estrellas en el que naufragar vestido de domingo esta noche de jueves. Paredes llenas de blocks de notas desde donde asomarte a un mundo irreal. Melenas rubias y pelirrojas. Faldas cortas y pantalones bombachos para caminar con la costumbre distrayendo miradas hacia los lugares de origen, hacia el viaje imaginario desde donde la costumbre nos traslada y amortiza hasta hacernos desparecer entre tantos cuerpos tan iguales , tan diferentes. 

Todas las partes reunidas de este cuadro inacabado se fusionan entre sí. Todos los colores se mezclan y adornan unos con otros. La luz del otoño pierde horas y los sinónimos envejecen frente a los nuevos adjetivos semi ocultos en frases de wassup y perezas que se comen pasajes de letras. Las frases recorren parques y plazas de adoquines rotos y los nuevos escritores se reúnen  en las plazas virtuales orgullosos de los premios que reciben en forma de “me gusta”. La literatura gana adeptos y pierde quizás vegetación. Los páramos en los que la memoria convierte los recuerdos son rescatados por ese cúmulo de fotografías desde donde la razón nos permite un momento de pausa y nos recoloca en este presente de inquietas consecuencias. 

Empieza a refrescar. Un viento preciso se cuela por debajo de la puerta de cristal. El suelo de piedra irregular deja espacios para la solvencia de las pisadas y para esos aires que huyen de la calle principal buscando refugio en estas mesas de agradable madera. Es tiempo de que un cigarro nos convoque alrededor de una conversación donde el humo es amigable y las palabras transformadoras. 

Un viejo libro “ cartas de cumpleaños”. Y unas manos cautivas de papeles rotos llenos de facturas que los años acumulan en este territorio baldío de la vida. El cumpleaños de una amiga que no veo pero siempre deseo ver. Y la serenidad de las horas que pasan con el afán distraído de ese amor desprevenido que algún día estuvo de mi lado. 

Y la canciones que recitan compañía, que producen melancolía al ritmo de esas hojas muertas que planean por las suelas de zapatos nuevos, rotos, descosidos, confusos. Cada paso una mirada. Cada huella un espacio. Cada roce un pedazo de ti en estas letras perdidas en la batalla que ahora comienza. Un otoño de luces tenues donde acomodar tu despedida.