lunes, 5 de diciembre de 2016

Cerrado por liquidación.

 



Cerrado por liquidación. 

Instantes relajados con el cartel en la mano a punto de anunciar el cierre. La ubicación correcta con la  importancia de la permanencia que sólo tu sabes si será definitiva o por un tiempo limitado.

Fundadas propuestas se asoman hasta el borde de este gris escaparate que comienza a vaciar de letanías el fondo del espejo. 

Se derriten los libros en sus vitrinas y se ahogan los vestidos sin ceñirse a esa cintura tuya desde donde todo brilla y ahora todo se apaga. 
Hay un temblor inconcluso en tus manos. Pero no reniegas de la liquidación de cada momento, de cada instante grabado en las muñecas de tanta manos abatidas hoy. El reloj no se detiene. La vida pasa. La horas confluyen y un color de tenue invierno hace que tus ojos brillen opacos al pasar junto al quicio infinito de esa delicada puerta gris.

La gente pregunta. Los distraídos guardan en sus carteras la sensación de esa pérdida publicada en tus ojos, ese espacio que ya no tendrán. 

Apenas siete segundos mientras caminan delante  del cartel y tropiezan con una multitud de viandantes en estos días de Diciembre. Y el olvido para siempre. Un cierre mas.

Un rayo de sol tenue escapa entre las nubes y aprovechamos para subirnos al carro de la nostalgia prefabricada en anuncios de lotería y colonia. Es tiempo de paseos sin rumbo, copiándonos la vida entre escaparates que llenan de sueños nuestras vidas. El frio se hace cálido. Las calles se encienden con los recuerdos que construimos juntos al albor de estos días.

El humo de los cigarros sortea a las personas que se agolpan y se esquivan unas a otras por las calles de un Madrid demasiado reconocible en estas fechas. Luces apagadas colgando de farolas a medio encender mientras la lluvia se asoma y dará brillo a las calles y limpiará el humo de los coches y vaciara de hollín nuestras manos.

Cerrado. 

Los espacios se vacían y los rumores se acrecientan. Nadie sabe porque un negocio tan prospero cierra. 

Nadie encuentra una explicación, todo se torna confusión. 

Hace apenas unas horas todo parecía estar bien. 

Hace apenas unos minutos las sonrisas no se medían, todo se improvisaba. 

Las consecuencia de todo,  eran nada. 

El brillo se mantenía en los ojos y las semillas de un presente comprometido se expandían por las calles cultivadas del mañana. 

Todo preparado para la recogida en una primavera como tantas llenas de luz y colores rejuvenecidos. El óxido dando paso a los que se rinden con carteras de piel en las manos, a esos que atormentados provocan el suicidio de tantos personajes de imaginarias melodías.

Y así sienten que ya no estas. Que el binomio se cierra y la confianza se quiebra.
El pasado deja de ser inquietante y tu, una mas, un espacio oculto lleno de sombras donde naufragar una y otra vez de ausencia.

Cerrado. 

Dudas cubiertas de dudas y cajas vacías donde dejarse llevar o encontrar los limites. 

Cajas donde asomarse a los proverbios prohibidos que hoy toman sentido. El vaivén, las palabras sometidas al referéndum de tus ojos. Y el cartel de cerrado. 

La persiana de la vida que suena al bajarse. El metal que se torna como foto fija para el resto de la vida y ningún resquicio de luz que deje entrever a modo de esperanza un instante desde donde volver a asomarse al caudal de versos con tu nombre que hoy se cierran sin mas inquietud que un presente donde ya no estas. 

Cerrado.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Hilvanando recuerdos.









Escucho con dificultad a Iván Ferreiro por el mero hecho de que empezó a gustarte justo después de dejar de interesarte yo. Y por eso y por mi extraña obsesión por competir, debo decir que no digiero bien seguir escuchándole. Me gustan sus circulares pensamientos y esa melodía que recorre mi cuerpo con su voz. Pero ese cántico que gritas en el coche cuando quieres sobreponerte a los silencios, a que los hijos de los que tanto sabes no te conozcan o a ese perro que te da la vida sin que apenas sepa como hueles o como serán tus manos al acariciar su pequeña cabecita, eso,  hace enloquecer por momentos mis atenazados sentimientos. 

Imagino que eso ya dará igual pues el invierno acecha y las hojas apuntan a colores derretidos en esos verdes con espinas que siempre nos deja el verano. Ahora todo es acústico. Nos encerramos en garitos de madera donde es más fácil escuchar los arpegios de cualquier manifestación de  esos prójimos que vienen y van, dotando a la vida de movimiento. Es una lluvia de deseos insatisfechos con los que soñamos y en los que aparentemente nos reflejamos de manera difusa hasta que las noches terminan por ser protagonistas de días sin luz. Tonos escondidos que nos hacen recogernos.

Una infusión y un libro. Un lugar perdido en las referencias de las guías y un pensamiento que cautiva cada hoja, cada frase de este libro. Las hojas adivinan a cerrarse sin querer y me prohíbo pensar durante unos minutos, al menos mientras ese humo que se derrite fuera de la taza siga dibujando frases que se alojan en mis gramaticales ojos mientras construyo lamentos y promesas que no me hago. La gente fuma en la calle. No hace demasiado frio pero es agradable empezar a ver pasar las horas desde este escaparate de cristal en que se convierte el inicio del invierno. 

Una sonrisa. La de anoche en medio de tantos personajes de ficción que se hicieron realidad. Eva Cassidy se atreve con Imagine mientras reprimo algunas frases de ayer. Los extraterrestres pasaron cerca del Teatro Lara. Gentes de otras épocas traídos en volandas para llenar de musas esta colección de calles de otros tiempos, para muchos de ellos de otras vidas. Yo adelgazaba la mirada escuchando las historias traídas hasta mi de una manera natural donde los protagonistas se escuchaban a sí mismos sin decoro. Un firmamento de estrellas en el que naufragar vestido de domingo esta noche de jueves. Paredes llenas de blocks de notas desde donde asomarte a un mundo irreal. Melenas rubias y pelirrojas. Faldas cortas y pantalones bombachos para caminar con la costumbre distrayendo miradas hacia los lugares de origen, hacia el viaje imaginario desde donde la costumbre nos traslada y amortiza hasta hacernos desparecer entre tantos cuerpos tan iguales , tan diferentes. 

Todas las partes reunidas de este cuadro inacabado se fusionan entre sí. Todos los colores se mezclan y adornan unos con otros. La luz del otoño pierde horas y los sinónimos envejecen frente a los nuevos adjetivos semi ocultos en frases de wassup y perezas que se comen pasajes de letras. Las frases recorren parques y plazas de adoquines rotos y los nuevos escritores se reúnen  en las plazas virtuales orgullosos de los premios que reciben en forma de “me gusta”. La literatura gana adeptos y pierde quizás vegetación. Los páramos en los que la memoria convierte los recuerdos son rescatados por ese cúmulo de fotografías desde donde la razón nos permite un momento de pausa y nos recoloca en este presente de inquietas consecuencias. 

Empieza a refrescar. Un viento preciso se cuela por debajo de la puerta de cristal. El suelo de piedra irregular deja espacios para la solvencia de las pisadas y para esos aires que huyen de la calle principal buscando refugio en estas mesas de agradable madera. Es tiempo de que un cigarro nos convoque alrededor de una conversación donde el humo es amigable y las palabras transformadoras. 

Un viejo libro “ cartas de cumpleaños”. Y unas manos cautivas de papeles rotos llenos de facturas que los años acumulan en este territorio baldío de la vida. El cumpleaños de una amiga que no veo pero siempre deseo ver. Y la serenidad de las horas que pasan con el afán distraído de ese amor desprevenido que algún día estuvo de mi lado. 

Y la canciones que recitan compañía, que producen melancolía al ritmo de esas hojas muertas que planean por las suelas de zapatos nuevos, rotos, descosidos, confusos. Cada paso una mirada. Cada huella un espacio. Cada roce un pedazo de ti en estas letras perdidas en la batalla que ahora comienza. Un otoño de luces tenues donde acomodar tu despedida.

sábado, 30 de abril de 2016

...: al empezar la primavera.






El amor no se compara, leía debajo de la sombra de una estantería llena de libros sin apenas pestañear. No cabe duda de que quien posee un guardaespaldas tan intelectualmente poderoso no deja de sumar riesgos concebidos de una manera  inhóspita, arriesgada e irreal. O quizás no tanto. O quizás no tan inusual y desprendida, porque ¿qué son los libros sino un pedazo de la historia de nuestras vidas? ¿Qué, sino la delgada línea entre lo fantástico y esas sombras que caminan en un quicio incapaz de definir la realidad?

Mientras apuraba la caña y se regodeaba en toda esa literatura, pensaba en cómo sería recordado después de tantos años en ese barrio, frecuentando un día tras otro los límites de esas calles desprevenidas y confusas en las muchas noches de tangos a media luz. 

Se preguntaba cómo serían las cosas a partir del día en que saliera de allí. Como hacinaría los sentimientos en cajas de cartón escritas a rotulador ordenando en cada etiqueta los espacios donde depositar las fotos, los recuerdos, ese amor que hoy se torna imposible. Las sabanas donde tantas veces amó con desenfreno, las camisetas impregnadas de ese corazón roto y hundido, manchadas por las heridas que aún tardaran tiempo en cicatrizar. Los guantes donde quedaron tantas caricias doloridas encerradas entre aquellos forros de dedos a punto de estallar. Y esos zapatos oscuros con los que había inundado de pisadas los límites de lo imposible.

Al final esta vida es una trampa mortal pensó, que siempre acaba igual. Días de brillo, momentos de lluvia que te mojan hasta los besos, que te encojen los versos al secarse despacio entre el viento de un verano equivoco y ese sol que ciega el futuro varios pasos más allá.

Me iré sin hacer mucho ruido de aquí. Me abandonare y cuando me dé cuenta tras de mí no habrá mas fuga que la silueta traviesa de un recuerdo escondido detrás de  aquella farola, sentada en aquel banco de plaza España donde nos besamos por primera vez. Ahora me voy.

Es curioso lo poco que va pesando la maleta en cada viaje. Que contradicción: pasa el tiempo y la vida se aligera, huye del ruido y apenas tiene algo más allá de lo que cabe en sus manos. Un corazón a medio gas, donde guardar dos o tres estampas por pura melancolía y algún beso despedido por incompetente que se quedó conmigo por si algún día pudiera necesitarlo.
Y poco más, porque el aroma del pasado pesa demasiado. Pesa tanto como el rumor de la nostalgia y ese sabor infinito en que se convierte el amor añorado que apenas te deja caminar.
Así que la caja que lleva tu nombre la dejo en el montón  “para tirar”. Estoy seguro de que no te va a molestar. Hace tiempo que nada te molesta, quiero pensar que es por mi felicidad, por que pueda fluir y vivir. Para que mi viaje tenga continuidad y al final de todo mi epitafio en este amor sea “pasó por aquí”. 

Ha sido todo muy rápido después de tantos años. Imagino que es una circunstancia más dentro de todo este marasmo de voces ausentes y fantasmas apilados en la estantería de las promesas incumplidas. Debe ser que un día en vez de repasar nuestras ausencias decidimos que por acumulación ya nada es posible. 

No podemos seguir. Nadie quiere seguir. Ni siquiera la sensación de averiguar un sinónimo de "buscarte" es suficiente como excusa para engañar a ese orgulloso espíritu que no deja de chillarme: vete, sal de ahí. 

Y por eso las cajas están ya en el portal. Y por eso la vida se resume en un cuaderno de notas y un mp3. Y por eso  a tu nombre se le han caído las hojas en otro alarde de contradicción de vida: al empezar la primavera.



sábado, 23 de abril de 2016

Creerte cuesta tanto... .










 



No es que no te crea. Es que me cuesta pensar que no supieras que te quiero. Me cuesta pensar que no te dieras cuenta de lo mucho que te quería cuando apenas sin mirarte revolvía cada rincón de tu cuerpo, cada espacio que infinito se ocupaba de ti entre mis ojos. Me cuesta, porque nunca escondí mis ojos tras las gafas de sol de un amanecer engañoso desde donde no pudieras sentir o recibir cada caricia inconclusa que hacia despertar cada día nuestras almas.

Es raro que me digas que no percibías que hubiera amor detrás de esos madrugones que tampoco me gustan y me desequilibran. Raro que el tropezar no te pareciera un recurso de ternura cada vez que atravesaba el quicio de la puerta de tu casa. Extraño que con la  paz de las siete menos cuarto de la mañana no percibieras que mis pensamientos se rendían ante tu primer desfile del día: la modelo mas exquisita, la mas bella de las mujeres, el mejor de los deseos, la mejor de las despedidas. Es extraño que no te dieras cuenta del temblor de mis labios al decirte buenos días y quedarme al cuidado de tus vidas.

Reconozco que me sorprende que no repararas en el cuidado que puse en aquellas cortinas, o en aquella mesa que montamos juntos. Un día tras otro, iluminando esa casa tan tuya, tan especial, tan única y personal. Puro reflejo de cada una de tus virtudes, pura emoción, delicados detalles y sencillos recuerdos de distintas épocas de tu vida. Evidentemente no estoy en la repisa de los muebles,  ni descanso dentro de los marcos de esas fotos donde están los importantes y donde las contadas ausencias siempre tienen un motivo.  Yo ya no estoy, los huecos se estrecharon sin remisión y ahora descanso muy lejos de allí pero yo sigo viendo algo mío entre los cojines del sofá, o entre los clavos de ese pedestal que inaugura tu terraza cada primavera.

Lo que me hace dudar es que no te dieras cuenta de que cada minuto de mi vida lo dedicaba a ti. A esa manera tan tuya de planificar los días sin apenas señales, improvisando lo planificado, deshaciendo con una margarita si ir o quedarse. Si arrancar o parar en medio de la diatriba que supone un día a día demasiado cargado de violentas decisiones donde acurrucar los extremos del día sin apenas daños.
Yo esperaba tranquilo  a que salieras de la ducha y esa sonrisa tan cara luciera el resto del día a mi lado. Y si no, volvía a casa, y descansaba mis sentimientos entre las miles de fotos que se acostaban a mi lado cada día. Me extraña que no repararas en esa costumbre mía de estar siempre a tu lado, disponible, esperando.

Me extraña también que pensaras que no tenía nada mejor que hacer y que no sintieras que mi admiración por ti se me hacía infinita. Me distraía la vida mirandote, observando cada pequeño espacio que ocupabas al andar, al pensar, al sentir. Y que me vieras un día y otro volar a tu lado como si la costumbre de los años me fuera a regalar algo, como si la permanencia a tu lado fuera a ofrecerme una noche o un una tarde sintiendo que tu amor se repartía también conmigo. Como si el sentido de la pertenencia se adueñara de ambos. Pero no, tampoco fue así.

Se que jamás has pensado que fuera un idiota o que mi nivel de inmadurez "se dejara llevar por ti" como en ese credo de Antonio Vega. Quizás simplemente te gustaba sentirte adulada o mejor aún te gustaba sentirte a salvo en esos días en los que tus ojos manaban agua salina con destino a ninguna parte. Esos días en los que se apagaba la luz y las sombras lo ocupaban todo. Pedazos de miserias que se adueñaban de tu destino, fantasmas con nombres de mujer, familias que te envolvían en la locura, misterios que acomplejaban tu espacio en esta vida. Entonces necesitabas paz y ternura. Descansar y pensar en  volver a empezar. 

Y no hay nada como que alguien te sujete pudiéndote soltar cuando quieras, pudiendo deshacer los lazos o cortarlos y volar. El mejor de los refugios.

Es bonito eso de volar. O regalar un “Para que vueles” como mantra interminable. Es agradable siempre que no esconda un vacio inagotable, una interminable caída sin redes a las que agarrarse.  

Quizás es que ese mundo clandestino en el que vives agota y destruye. Ese mundo incierto y falso termina siendo tan fugaz como efímero, por muchos lugares ocultos donde desatar la pasión. Por muchos besos que le robes, por mucho amor prometido sin compromiso. El juego es un campo de minas tramposas que terminan por aniquilar al mejor de los deseos. 

Pero ese gusanillo de las cosas que no se concretan es como una droga que no pudieras dejar, esa dosis que necesitas para seguir, para despertar por algo, para sonreír y vestirse de medias y tacones de altura por si hoy fuera el día en el que hay que volar. 
Mientras,  poco a poco se va la vida. 
Mientras,  el camino se vuelve angosto y lo sencillo se complica cada día. 

Quizás pensaste que podía ser esa clínica para  desintoxicar a la vida de ese juego infame, para desenmascarar las verdades que tanto duelen, para descansar de lo inconfesable hasta que la lluvia amaine y los rayos sean bonitas luces de colores en la lejanía.  Un  lugar idílico  desde donde asomarte a un mundo lleno de pausa, un mundo añorado que tan difícil es de encontrar. 

Me extraña que no sintieras que la paz de los días con los niños eran algo mas que simples estancias desde donde acurrucarte sin mas a descansar para volver a esa batalla que nunca termina pero que promete tener un final feliz. Me da que nunca recibiste como actos de generosidad cada día de insomnio pensando en ti, en ellos, sino como parte de las obligaciones adquiridas en un pasado remoto y lejano que nos implica en cada día de este presente donde el amor mas austero nos interpela. 

Me da que no te crees que ese final feliz llegue a existir y por eso no te descuelgas del todo de esos hilos conductores que te abrasan a veces y te calientan otras en las noches de un frio triste y helador que no consigues calmar. 

En fin, no es que no te crea. Es que me parece raro que sigas pensando que dos que tanto se quisieron pueden pasar página y sobrevivir al perfume de otros labios, de otras manos, de otros zapatos en los pies del otro. Me parece extraño porque volar no es tan fácil, querer no es sencillo y dejar de amar no es tan elemental o simple. 

Por eso me sorprende que  digas que no lo sabias, por que o no abres el correo, o no escuchas la voz del verso que te recorre cada día al compás de mis palabras. 

Quizás simplemente es que no lo has entendido pero lo mas seguro es que yo no haya sabido explicarme demasiado. Así que no me extraña que a pesar de todo no sintieras que era yo quien te quería y estuvieras distraída con esos cantos de sirenas que tan bonitos suenan y al final te devoran.

Y es que el amor no se explica. 

Así que no sé que hago aquí perdiendo el tiempo.