sábado, 30 de abril de 2016

...: al empezar la primavera.






El amor no se compara, leía debajo de la sombra de una estantería llena de libros sin apenas pestañear. No cabe duda de que quien posee un guardaespaldas tan intelectualmente poderoso no deja de sumar riesgos concebidos de una manera  inhóspita, arriesgada e irreal. O quizás no tanto. O quizás no tan inusual y desprendida, porque ¿qué son los libros sino un pedazo de la historia de nuestras vidas? ¿Qué, sino la delgada línea entre lo fantástico y esas sombras que caminan en un quicio incapaz de definir la realidad?

Mientras apuraba la caña y se regodeaba en toda esa literatura, pensaba en cómo sería recordado después de tantos años en ese barrio, frecuentando un día tras otro los límites de esas calles desprevenidas y confusas en las muchas noches de tangos a media luz. 

Se preguntaba cómo serían las cosas a partir del día en que saliera de allí. Como hacinaría los sentimientos en cajas de cartón escritas a rotulador ordenando en cada etiqueta los espacios donde depositar las fotos, los recuerdos, ese amor que hoy se torna imposible. Las sabanas donde tantas veces amó con desenfreno, las camisetas impregnadas de ese corazón roto y hundido, manchadas por las heridas que aún tardaran tiempo en cicatrizar. Los guantes donde quedaron tantas caricias doloridas encerradas entre aquellos forros de dedos a punto de estallar. Y esos zapatos oscuros con los que había inundado de pisadas los límites de lo imposible.

Al final esta vida es una trampa mortal pensó, que siempre acaba igual. Días de brillo, momentos de lluvia que te mojan hasta los besos, que te encojen los versos al secarse despacio entre el viento de un verano equivoco y ese sol que ciega el futuro varios pasos más allá.

Me iré sin hacer mucho ruido de aquí. Me abandonare y cuando me dé cuenta tras de mí no habrá mas fuga que la silueta traviesa de un recuerdo escondido detrás de  aquella farola, sentada en aquel banco de plaza España donde nos besamos por primera vez. Ahora me voy.

Es curioso lo poco que va pesando la maleta en cada viaje. Que contradicción: pasa el tiempo y la vida se aligera, huye del ruido y apenas tiene algo más allá de lo que cabe en sus manos. Un corazón a medio gas, donde guardar dos o tres estampas por pura melancolía y algún beso despedido por incompetente que se quedó conmigo por si algún día pudiera necesitarlo.
Y poco más, porque el aroma del pasado pesa demasiado. Pesa tanto como el rumor de la nostalgia y ese sabor infinito en que se convierte el amor añorado que apenas te deja caminar.
Así que la caja que lleva tu nombre la dejo en el montón  “para tirar”. Estoy seguro de que no te va a molestar. Hace tiempo que nada te molesta, quiero pensar que es por mi felicidad, por que pueda fluir y vivir. Para que mi viaje tenga continuidad y al final de todo mi epitafio en este amor sea “pasó por aquí”. 

Ha sido todo muy rápido después de tantos años. Imagino que es una circunstancia más dentro de todo este marasmo de voces ausentes y fantasmas apilados en la estantería de las promesas incumplidas. Debe ser que un día en vez de repasar nuestras ausencias decidimos que por acumulación ya nada es posible. 

No podemos seguir. Nadie quiere seguir. Ni siquiera la sensación de averiguar un sinónimo de "buscarte" es suficiente como excusa para engañar a ese orgulloso espíritu que no deja de chillarme: vete, sal de ahí. 

Y por eso las cajas están ya en el portal. Y por eso la vida se resume en un cuaderno de notas y un mp3. Y por eso  a tu nombre se le han caído las hojas en otro alarde de contradicción de vida: al empezar la primavera.



sábado, 23 de abril de 2016

Creerte cuesta tanto... .










 



No es que no te crea. Es que me cuesta pensar que no supieras que te quiero. Me cuesta pensar que no te dieras cuenta de lo mucho que te quería cuando apenas sin mirarte revolvía cada rincón de tu cuerpo, cada espacio que infinito se ocupaba de ti entre mis ojos. Me cuesta, porque nunca escondí mis ojos tras las gafas de sol de un amanecer engañoso desde donde no pudieras sentir o recibir cada caricia inconclusa que hacia despertar cada día nuestras almas.

Es raro que me digas que no percibías que hubiera amor detrás de esos madrugones que tampoco me gustan y me desequilibran. Raro que el tropezar no te pareciera un recurso de ternura cada vez que atravesaba el quicio de la puerta de tu casa. Extraño que con la  paz de las siete menos cuarto de la mañana no percibieras que mis pensamientos se rendían ante tu primer desfile del día: la modelo mas exquisita, la mas bella de las mujeres, el mejor de los deseos, la mejor de las despedidas. Es extraño que no te dieras cuenta del temblor de mis labios al decirte buenos días y quedarme al cuidado de tus vidas.

Reconozco que me sorprende que no repararas en el cuidado que puse en aquellas cortinas, o en aquella mesa que montamos juntos. Un día tras otro, iluminando esa casa tan tuya, tan especial, tan única y personal. Puro reflejo de cada una de tus virtudes, pura emoción, delicados detalles y sencillos recuerdos de distintas épocas de tu vida. Evidentemente no estoy en la repisa de los muebles,  ni descanso dentro de los marcos de esas fotos donde están los importantes y donde las contadas ausencias siempre tienen un motivo.  Yo ya no estoy, los huecos se estrecharon sin remisión y ahora descanso muy lejos de allí pero yo sigo viendo algo mío entre los cojines del sofá, o entre los clavos de ese pedestal que inaugura tu terraza cada primavera.

Lo que me hace dudar es que no te dieras cuenta de que cada minuto de mi vida lo dedicaba a ti. A esa manera tan tuya de planificar los días sin apenas señales, improvisando lo planificado, deshaciendo con una margarita si ir o quedarse. Si arrancar o parar en medio de la diatriba que supone un día a día demasiado cargado de violentas decisiones donde acurrucar los extremos del día sin apenas daños.
Yo esperaba tranquilo  a que salieras de la ducha y esa sonrisa tan cara luciera el resto del día a mi lado. Y si no, volvía a casa, y descansaba mis sentimientos entre las miles de fotos que se acostaban a mi lado cada día. Me extraña que no repararas en esa costumbre mía de estar siempre a tu lado, disponible, esperando.

Me extraña también que pensaras que no tenía nada mejor que hacer y que no sintieras que mi admiración por ti se me hacía infinita. Me distraía la vida mirandote, observando cada pequeño espacio que ocupabas al andar, al pensar, al sentir. Y que me vieras un día y otro volar a tu lado como si la costumbre de los años me fuera a regalar algo, como si la permanencia a tu lado fuera a ofrecerme una noche o un una tarde sintiendo que tu amor se repartía también conmigo. Como si el sentido de la pertenencia se adueñara de ambos. Pero no, tampoco fue así.

Se que jamás has pensado que fuera un idiota o que mi nivel de inmadurez "se dejara llevar por ti" como en ese credo de Antonio Vega. Quizás simplemente te gustaba sentirte adulada o mejor aún te gustaba sentirte a salvo en esos días en los que tus ojos manaban agua salina con destino a ninguna parte. Esos días en los que se apagaba la luz y las sombras lo ocupaban todo. Pedazos de miserias que se adueñaban de tu destino, fantasmas con nombres de mujer, familias que te envolvían en la locura, misterios que acomplejaban tu espacio en esta vida. Entonces necesitabas paz y ternura. Descansar y pensar en  volver a empezar. 

Y no hay nada como que alguien te sujete pudiéndote soltar cuando quieras, pudiendo deshacer los lazos o cortarlos y volar. El mejor de los refugios.

Es bonito eso de volar. O regalar un “Para que vueles” como mantra interminable. Es agradable siempre que no esconda un vacio inagotable, una interminable caída sin redes a las que agarrarse.  

Quizás es que ese mundo clandestino en el que vives agota y destruye. Ese mundo incierto y falso termina siendo tan fugaz como efímero, por muchos lugares ocultos donde desatar la pasión. Por muchos besos que le robes, por mucho amor prometido sin compromiso. El juego es un campo de minas tramposas que terminan por aniquilar al mejor de los deseos. 

Pero ese gusanillo de las cosas que no se concretan es como una droga que no pudieras dejar, esa dosis que necesitas para seguir, para despertar por algo, para sonreír y vestirse de medias y tacones de altura por si hoy fuera el día en el que hay que volar. 
Mientras,  poco a poco se va la vida. 
Mientras,  el camino se vuelve angosto y lo sencillo se complica cada día. 

Quizás pensaste que podía ser esa clínica para  desintoxicar a la vida de ese juego infame, para desenmascarar las verdades que tanto duelen, para descansar de lo inconfesable hasta que la lluvia amaine y los rayos sean bonitas luces de colores en la lejanía.  Un  lugar idílico  desde donde asomarte a un mundo lleno de pausa, un mundo añorado que tan difícil es de encontrar. 

Me extraña que no sintieras que la paz de los días con los niños eran algo mas que simples estancias desde donde acurrucarte sin mas a descansar para volver a esa batalla que nunca termina pero que promete tener un final feliz. Me da que nunca recibiste como actos de generosidad cada día de insomnio pensando en ti, en ellos, sino como parte de las obligaciones adquiridas en un pasado remoto y lejano que nos implica en cada día de este presente donde el amor mas austero nos interpela. 

Me da que no te crees que ese final feliz llegue a existir y por eso no te descuelgas del todo de esos hilos conductores que te abrasan a veces y te calientan otras en las noches de un frio triste y helador que no consigues calmar. 

En fin, no es que no te crea. Es que me parece raro que sigas pensando que dos que tanto se quisieron pueden pasar página y sobrevivir al perfume de otros labios, de otras manos, de otros zapatos en los pies del otro. Me parece extraño porque volar no es tan fácil, querer no es sencillo y dejar de amar no es tan elemental o simple. 

Por eso me sorprende que  digas que no lo sabias, por que o no abres el correo, o no escuchas la voz del verso que te recorre cada día al compás de mis palabras. 

Quizás simplemente es que no lo has entendido pero lo mas seguro es que yo no haya sabido explicarme demasiado. Así que no me extraña que a pesar de todo no sintieras que era yo quien te quería y estuvieras distraída con esos cantos de sirenas que tan bonitos suenan y al final te devoran.

Y es que el amor no se explica. 

Así que no sé que hago aquí perdiendo el tiempo.