Salí del
edificio pensando en aquella fotografía. Seis pisos de ascensor y quinientos
metros hasta el coche rebuscando entre mi memoria cada espacio de aquella
imagen. Tu mirabas de espaldas un horizonte lejano, plagado de esas nubes de
verano que siempre amenazan de manera cautivadora y dispar el fin de la estación.
El, recogido en ti, susurraba en tu pecho dulces palabras de amor.
Recuerdo que
nos gustaba disfrazarnos de verano cuando el frio empezaba a intimidar. Una
pequeña escapada al fin del mundo, ese inquieto rincón desde donde poder
asomarnos al invierno sin miedo con un ligero sabor a días distintos, únicos,
aislados, solitarios, nuestros. Lugares donde escondernos de la fría rutina
engañando a los días, dando los últimos y cálidos coletazos del sostenible
otoño.
Un beso
detenido. Como si fuera una postal. La ilusión de un segundo que parece una
vida. Un mundo paralizado.
Las hojas de
los arboles ralentizando el tiempo. Los problemas relativos, subrogados a
cajones de nuestro corazón donde archivar las malas fantasías. Los recorridos
torcidos donde sobrevivir a las semejanzas que siempre asoman pero que nunca
queremos ver. .
Unas manos
ocultas al deseo de encontrarse. Un roce congelado y un sonido que se
escapa al instante de un paisaje adormecido en los brazos de sus ojos. Nada es
imposible si una mirada atraviesa el olimpo de tu corazón.
Nubes de
papel sobrevolando los brazos entrelazados del destino. Las camisetas arrugadas
por los hombros, desgastadas por los días sin prisa, por las noches con luz, por
las horas detenidas en el reloj de la intimidad más gozosa.
Apenas unas
gotas de lluvia. Un cortejo con las nubes que derramaban sabor a fotografía esa
tarde. Luces que se filtran por los espacios dormidos de un cielo comprometido
con la vida. Una existencia que se fijó en los dos esa tarde.
El espacio
se hace pequeño para elevaros a una altura distraída y fugaz en la que estáis
detenidos al menos en ese instante. Nada se mueve. Todo colocado en la vida.
Todo paralizado, estático.
Al entrar en
el coche busque esa fotografía. Necesitaba recordar el instante con el
detalle estricto de la emoción. Golpes de frio y calor recorrían mi
cuerpo ralentizando la galería de fotos de mi móvil. Una y después otra. La
vida en una conjugación de imágenes como si fuera ese último instante del
que todos hablan antes de abandonar la vida. Me pregunto si uno se siente tan
bien como yo me estaba sintiendo en ese momento.
La vida se
repasa en menos de un minuto cuando eres tu el que te lo cuentas todo, cuando
nadie te interpela, cuando te quedas detenido con el único objetivo de hacer y
sentir.
Ahí estaba
esa fotografía. Los dos de espaldas. Apenas unos centímetros de diferencia en
la altura. El subido en una roca. Tu subida en el espacio que la vida te había
asignado.
Mirabas al
infinito. El miraba también a ese infinito que siempre serás para el.
El horizonte
acantilado con sus rocas grafiteadas: "Tu siempre estas". Motivos
inducidos por la fuerza de vuestros pensamientos.
Recuerdo ese
espacio con una sonrisa delicada en vuestros labios al daros la vuelta.
Recuerdo que aquellos días ya no eran los felices días donde nos disfrazábamos de
luz.
Pero la vida
me había regalado ese instante y aunque yo ya no volvería a ocupar ese momento
jamás, fui feliz al verte sonreír.
Tan sólo un
murmullo partió de su boca al mirarte: ¡Mama!. Y la vida quedó en calma.