lunes, 30 de noviembre de 2015

La fotografía


Salí del edificio pensando en aquella fotografía. Seis pisos de ascensor y quinientos metros hasta el coche rebuscando entre mi memoria cada espacio de aquella imagen. Tu mirabas de espaldas un horizonte lejano, plagado de esas nubes de verano que siempre amenazan de manera cautivadora y dispar el fin de la estación. El, recogido en ti, susurraba en tu pecho dulces palabras de amor.

Recuerdo que nos gustaba disfrazarnos de verano cuando el frio empezaba a intimidar. Una pequeña escapada al fin del mundo, ese inquieto rincón desde donde poder asomarnos al invierno sin miedo con un ligero sabor a días distintos, únicos, aislados, solitarios, nuestros. Lugares donde escondernos de la fría rutina engañando a los días, dando los últimos y cálidos coletazos del sostenible otoño.

Un beso detenido. Como si fuera una postal. La ilusión de un segundo que parece una vida. Un mundo paralizado. 

Las hojas de los arboles ralentizando el tiempo. Los problemas relativos, subrogados a cajones de nuestro corazón donde archivar las malas fantasías. Los recorridos torcidos donde sobrevivir a las semejanzas que siempre asoman pero que nunca queremos ver. .

Unas manos ocultas  al deseo de encontrarse. Un roce congelado y un sonido que se escapa al instante de un paisaje adormecido en los brazos de sus ojos. Nada es imposible si una mirada atraviesa el olimpo de tu corazón. 

Nubes de papel sobrevolando los brazos entrelazados del destino. Las camisetas arrugadas por los hombros, desgastadas por los días sin prisa, por las noches con luz, por las horas detenidas en el reloj de la intimidad más gozosa.

Apenas unas gotas de lluvia. Un cortejo con las nubes que derramaban sabor a fotografía esa tarde. Luces que se filtran por los espacios dormidos de un cielo comprometido con la vida. Una existencia que se fijó en los dos esa tarde. 
El espacio se hace pequeño para elevaros a una altura distraída y fugaz en la que estáis detenidos al menos en ese instante. Nada se mueve. Todo colocado en la vida. Todo paralizado, estático. 

Al entrar en el coche busque esa fotografía. Necesitaba recordar el instante con el detalle  estricto de la emoción. Golpes de frio y calor recorrían mi cuerpo ralentizando la galería de fotos de mi móvil. Una y después otra. La vida en una conjugación de imágenes como si fuera  ese último instante del que todos hablan antes de abandonar la vida. Me pregunto si uno se siente tan bien como yo me estaba sintiendo en ese momento. 

La vida se repasa en menos de un minuto cuando eres tu el que te lo cuentas todo, cuando nadie te interpela, cuando te quedas detenido con el único objetivo de hacer y sentir. 

Ahí estaba esa fotografía. Los dos de espaldas. Apenas unos centímetros de diferencia en la altura. El subido en una roca. Tu subida en el espacio que la vida te había asignado. 
Mirabas al infinito. El miraba también a ese  infinito que siempre serás para el. 

El horizonte acantilado con sus rocas grafiteadas: "Tu siempre estas". Motivos inducidos por la fuerza de vuestros pensamientos.

Recuerdo ese espacio con una sonrisa delicada en vuestros labios al daros la vuelta. Recuerdo que aquellos días ya no eran los felices días donde nos disfrazábamos de luz.

Pero la vida me había regalado ese instante y aunque yo ya no volvería a ocupar ese momento jamás, fui feliz al verte sonreír.

Tan sólo un murmullo partió de su boca al mirarte: ¡Mama!. Y la vida quedó en calma.


sábado, 28 de noviembre de 2015

Nostalgia

 




Nostalgia. Uno nunca sabe en que doblez de la memoria se encuentra perdida la nostalgia. Nunca sabe si cuando se acurruca sobre esa roca al atardecer sentirá algo mas que un frio seco en la garganta. 

Me perdí paseando por la playa en un ir y venir de recuerdos sinónimos. Las huellas que dibujaban grafitis de sombras en la arena a mi paso, dulcificaban mis ojos en busca de una media sonrisa que entretuviera el instante en que mi vida parecía que iba a romperse. Y así a cada paso, sobre cada ola que rompía a tan solo dos metros de mis pies descalzos. 

No solía bajar a pasear sin ti. Tu mano siempre me hacía encontrar el ritmo adecuado. Los pasos firmes, la respiración estable. El roce con tu piel me hacía estar un poco en ti. Por eso me encontraba algo perdido, sin el rumbo de otros días, con un desconocido arsenal de rumores revolviendo este instante presente.

Aceleré el ritmo para condenar a los recuerdos al vacío. Supe que si me alejaba de aquella orilla inquieta que enjuagaba mi memoria solo quedaría ese tacto espeso y salado que terminaría por cicatrizar las heridas. Tuve que rodear la "cala de los deseos" por las escaleras. La marea estaba alta y era imposible seguir bordeando la orilla.

El sol se amedrentaba entre las poderosas nubes que empezaron a poblar un cielo de otoño en estos raros inicios de Diciembre. No había tiempo. Los rayos serpenteaban y el olor a tierra mojada  me empujaban hacia el asfalto, como si las gotas me obligaran a decidir sobre mojarme o buscar cobijo. Decidir, comprometerme conmigo mismo. Escucharme y asumir mis decisiones.

El instinto suele ser poderoso en esos momentos de zozobra. Buscar ponerse a salvo de la vida, buscar el abrigo, no arriesgar en exceso. No atreverse. Quizás siempre fue una cuestión de responsabilidad pensé. Y sin darme cuenta mis pasos volvieron hacia la orilla mientras una lluvia fina empezaba a calarme hasta los huesos. Quizás solo era eso, mojarte, dejar que la lluvia te empape hasta que no puedas mas. Dejar que la vida te cale hasta los huesos. Vivir intenso, firme, siendo el protagonista de cada dia. 

Me di cuenta de que la lluvia estaba robándome las pisadas en la arena. Enfriaba mis manos y mis pies. Cada vez me empujaba mas hacia el mar. Cada vez me convertía mas en agua y menos en arena seca. Cada vez abrazaba mas mis pesares y los disolvía en espuma y sal purificada. Lavaba mis recuerdos y los convocaba uno detrás de otro hacia una orilla dulce, lisa, completa y delicada. 

Esta mañana no te dije nada al despertar. Salí sin tu mano a dar ese largo paseo en el que cada día nos perdíamos entre el silencio de nuestras sonrisas y el roce de nuestras palabras. He notado que la ausencia es aveces mas pesada que el orgullo. Y que mis pisadas son mas bonitas junto a las tuyas. He creído escucharte en cada golpe que el viento recitaba en mi oídos. He creído encontrar tus pasos en cada huella borrada por la orilla de tu nombre. Pero no ha sido así.

La lluvia sigue mojando mis ojos. Acelero el paso porque tengo ganas de volver. Siento como mis pulsaciones enloquecen mi corazón en busca del tuyo. Tantas veces hemos hablado con serenidad  de darnos un tiempo. Y tengo tantas cosas que decirte hoy. 

Me acerco a casa. Busco tu coche como cada día. No está. Las persianas  bajadas, la puerta cerrada con llave. Abro despacio, casi sin fuerza. Estoy mojandolo todo a mi paso. He dejado un rastro de huellas. El silencio compromete mis pensamientos una vez más en esos instantes delicados en los que no sabes que pensar.

Una nota encima de la mesa. Dos tazas en la mesa desde que te fuiste. 

Huele a café en la cocina.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Huir





Tuve la tentación de huir, de volver. Ese camino al que llamamos escape, abandono, fuga y que tan presente esta en cada una de nuestras vidas. Y sí, tuve la tentación de hacerlo, como cuando cogíamos el coche sin rumbo y distraíamos la tristeza a golpe de kilómetros. Como esos días en los que la noche no significaba que tuviéramos que dormir, o el amanecer no era sinónimo de tener que despertar. 

Simplemente tuve esa tentación, como tantas veces tengo otras. Pero esta vez era una sensación de escapar en dirección a ninguna parte. La libertad de no estar en ningún lugar. El sorprendente oficio de resistirme a vivir sin apenas esfuerzo. 

Y mirar de vez en cuando por el retrovisor y saberme lejos. Kilómetros de angustia recorrida sin ese afán por recordar, sin más motivos que dejarlos atrás. 

Si no me hubieras escrito ese wassup lo habría conseguido. Pero mis ojos brillaron y tus símbolos en mi pantalla me hicieron replantearme la huida. Hacia tan solo un minuto que el mundo no existía, nada ni nadie había a mi alrededor. Hacía tan solo unos segundos que el tiempo se había detenido y elegí mi marcha hacia adelante sin emociones, sin sentir que algo especial tuviera que ocurrir. Sin más motivos que mi coche y yo. 

Pero tu lo cambias todo. Apenas dos emoticonos con unos ojitos tristes para que me replantease la vida, para que mis impulsos se agacharan y se volvieran a sentar una vez mas  en el sillón de las dudas. 

Y así, minutos de confusión. Anhelos de un pasado lejano, que al igual que no te deja vivir, de repente te da lo que necesitas para continuar. Y los sueños que se agolpan uno detrás de otro pidiendo ser tenidos en cuenta. Y todo que se vuelve del color de la luz. Y todo se ilumina cuando me detengo a pensarte. 

La vida se vuelve a divertir con mis pensamientos y una sonrisa se distrae entre mis labios mientras tomo la siguiente salida en dirección a tu casa.

Subo sin pensar las escaleras: el ascensor tarda demasiado para la impaciencia acumulada que recorre mi cuerpo tembloroso. 

La puerta esta entreabierta. Lucas está jugando en el salón. Enseguida corre hacia mí y me da un fuerte abrazo. Me enseña tu móvil. Lo olvidaste en casa al salir hacia la oficina esta mañana. 

La mirada se distrae en una vieja foto. 

Vuelvo a casa. Don't Give up suena en la radio.