miércoles, 3 de junio de 2015

Dime.







No se hacia dónde voy...-  me susurro en medio de  esas sonrisas que siempre  sortean sus pensamientos al otro lado del teléfono. A ratos, como balas de ternura que disparan al centro de ese espejismo que solo existe en su imaginación.  A ratos,  con certeros deseos de sobornarle a la vida unos vinos llenos de lujuriosa pasión, algo de agitación en una existencia plagada de rutinaria inquietud, pero llena de días demasiado semejantes unos a otros.

La escucho, pero siempre intento sobornarla con pensamientos abyectos para que su curiosidad se retuerza y acuda a esos lugares donde también es ella, a esos despertares desde donde acurrucarse de nuevo  e instalarse en esa sensación de picara resistencia que provocan los hechos que no están bien, esos que tu conciencia intenta negarte, pero tanto deseas hacer.

Todo eso soy yo. Interrumpe en medio de mi argumentación

Suena a disculpa- le digo yo mientras su risa se expande por toda la casa desde ese altavoz artificial y gris en que  se convierte mi teléfono cuando las palabras importan mas que los sueños, cuando los titulares no dejan espacio a la imaginación y se advierten tan rotundos que se convierten en el punto y final de un recuerdo, un presente o un lugar futuro que anhelabas con insistencia, a su lado. 

Surfeamos por un mar de palabras semejantes entonces, olas diminutas para no alterar demasiado la mañana, para no violentar a las hadas y que me arrebaten el placer de su compañía. La frescura no se imita. La tentación no se esconde. La respiración provoca un eco de deseo uniforme que se palpa con la cadencia de las frases, con los suspiros que el silencio provoca al escuchar. 

Y vuelves a percibir cada replica como un  tierno sarcasmo . Y el corazón se nos acelera sin querer entre esos lugares comunes que a menudo adquieren relevancia por esa defensiva distancia, por esa sencilla y sincera incapacidad para rozarse a través de las ondas, por mucho que las palabras se estrellen en cada uno de los sentidos y dupliquen sus fuerzas enalteciendo algún instinto disfrazado de musa, para ocupar un lugar en medio de sabanas enredadas entre las piernas del verano. 

Me voy a la ducha. En forma de despedida. Nos alejamos sin dejar de mirarnos el interior, el mas profundo de los lugares donde nos desvaneceremos cansados de tanta espera. 

Pero la ducha es reparadora, ahí limpiamos cada espacio de ausencia y silenciamos entre gotas los perdidos sonidos de un amor que se escapa. Así las canciones suenan limpias en su boca. Y los motivos de su estable sensación sanadora de esta locura que hoy se prohíbe se convertirán en esos maravillosos errores futuros que no será capaz de envolver en bonitos papeles de regalo para disolver este sereno presente que tanto le inquieta. 

 Mil  besos- y la silueta de mi memoria se desvanece en silencio mientras el recuerdo permanece en cada frase, abrazando mis letras y deteniendo inquietas las palabras que un día nos volverán a juntar.
  



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