sábado, 12 de diciembre de 2015

Tiempo de seguir soñando




 
                                             





La cerradura está inquieta. Cada día se retuerce mas cuando mi llave irrumpe con fuerza en ese espacio vacío en el que solo ella puede entrar. Sólo ella, y aun así se inquieta como si alguien fuera a forzar su espacio, a no dejarle entrar, a confiscar su llanto en abandonados palacios inquilinos de la soledad.

Pero insisto y cuando por fin consigo dar las dos vueltas de cerradura que me empujan hacia mi guarida todavía se repite el eco interminable de los últimos pasos de ese  desolador día que todo lo desordena. Apenas finjo unos minutos en las dos últimas llamadas que agotan la batería del móvil y caigo rendido en el fondo de esa cueva prohibida que es mi sofá, ese lugar donde el odio me corteja y la vida se ensimisma mientras me pienso.    

Es viernes. Entro en casa. El silencio se come las imágenes. 

El silencio. 

Las luces disuelven las sombras y las reducen al infinito espacio desde donde juegan inquietas al descuido de mis pasos.


Hace solo unos minutos una fauna con sabores humanos han dejado su aliento en mi memoria. Jugaban al despiste sin saberlo. Buscaban los motivos donde alojar las anécdotas y hermanarnos como una comunión de individuos solidarios en medio de ese caos que es la barra de un bar.
Palabras que había desterrado de mi vocabulario. Frases que se habían etiquetado en la geografía de mi memoria. Rituales que los hacia olvidados y como por costumbre aparecieron de golpe dirigiendo los motivos que me retenían ahí, como si el tiempo no hubiera pasado, como si todo volviera a suceder.  

Luego has llamado. Has escrito. Y me doy cuenta de que has estado a mi lado desde que decidiste no hacerlo. Y aunque parezca absurda esta lucha intestina que nos separa, es ella la que también nos une. No me preguntes porque. No soy yo quien sabe las respuestas. No se me ocurrieron jamás esas preguntas, esas que disputaban relaciones donde seducir al milagro de las mariposas, donde abandonar al secreto despacho de los días devastados por la pereza.

Hay un miedo secreto, una consecución de irreales días desde donde confiscar ese presente amargo en el que no me gusta vivir.


Quizás ahora te toque a ti pagar ese peaje.  

Creía que el amor consistía  en ver los dos el mismo azul. Mirarse a los ojos y sentir el reflejo de ese cielo infinito en cada sonrisa, junto a cada gesto. Y no porque crea que hay que ser uniforme sino porque el sentimiento más profundo o tiende a ser similar o hay grietas que seducen al olvido y acaban por destruir el presente común. Quizás no sea malo. Quizás simplemente sea doloroso y a la vez sano el darse cuenta de que el amor resulta que tiene varios significados. Y que la orilla es un espacio desigual dependiendo de quien lo mida. La distancia en la vida no es siempre la misma por muy evidente que te parezca, las velocidades varían.


Me encontré en medio de la calle pensando en esto y otras mil cosas. El ruido y la contaminación tan latente en esos días se habían adueñado un poco de mi  meditabundo devenir al borde de un abismo plano, sin colores, insípido, plomizo y vulgar. Caminé hasta la calle con un café  en uno de esos vasos de cartón tan de moda en estos días.   

Había quedado con mi editor . Siempre a medio camino entre la apatía y un falso desinterés.

Esperaba afuera, apoyado en la barandilla de la calle  en medio de una jungla de carteles llenos de caras, habitual en plena campaña electoral. Pensé que dentro de unos días todo se habría olvidado. El olvido, ¿será  el motor de la campaña y aún peor del voto de la gente?. Pues quizás, porque esta suerte amnésica es la mejor de las herramientas para seguir viviendo. El olvido te aleja de los fantasmas del pasado y te convoca a un presente más limpio y aseado de lo habitual. Si eres capaz de olvidar, de romper los lazos del pasado nada ni nadie te podrá parar. Volverás a ser el dueño de ti mismo. Pero esto se escribe más fácil que se hace. Como en la política. Como en esos nuevos carteles que tan rancios parecían. Como en esos discursos de fin de campaña donde uno promete sin mas garantías que uno mismo.

Mi editor llegó tarde. Mis escritos no tenían el brillo esperado en sus ojos. Mi libro no tendrá paginas donde escribirse. Al menos por ahora.

Es  bueno pero no encaja en nuestra línea editorial.

Y el olor a café en mis manos cuando me seco la cara de esperanzas. Los pasos perdidos en sus palabras camino de casa. El pasillo interminable hasta llegar a mi puerta. Y el olvido que se adueña de mis manos cuando por enésima vez me pongo el traje de escritor, perdido en el corazón de las palabras.  

Hay un sonido de llaves en la cerradura pero hace mucho tiempo que las mias se quedan puestas para que nadie pueda entrar. Ni siquiera tu. 

Es tiempo de seguir soñando. 




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