La cerradura
está inquieta. Cada día se retuerce mas cuando mi llave irrumpe con fuerza en ese
espacio vacío en el que solo ella puede entrar. Sólo ella, y aun así se
inquieta como si alguien fuera a forzar su espacio, a no dejarle entrar, a
confiscar su llanto en abandonados palacios inquilinos de la soledad.
Pero insisto
y cuando por fin consigo dar las dos vueltas de cerradura que me empujan hacia
mi guarida todavía se repite el eco interminable de los últimos pasos de ese desolador día que todo lo desordena. Apenas
finjo unos minutos en las dos últimas llamadas que agotan la batería del móvil y
caigo rendido en el fondo de esa cueva prohibida que es mi sofá, ese lugar
donde el odio me corteja y la vida se ensimisma mientras me pienso.
Es viernes.
Entro en casa. El silencio se come las imágenes.
El silencio.
Las luces
disuelven las sombras y las reducen al infinito espacio desde donde juegan
inquietas al descuido de mis pasos.
Hace solo
unos minutos una fauna con sabores humanos han dejado su aliento en mi
memoria. Jugaban al despiste sin saberlo. Buscaban los motivos donde
alojar las anécdotas y hermanarnos como una comunión de individuos solidarios
en medio de ese caos que es la barra de un bar.
Palabras que
había desterrado de mi vocabulario. Frases que se habían etiquetado en la
geografía de mi memoria. Rituales que los hacia olvidados y como por costumbre
aparecieron de golpe dirigiendo los motivos que me retenían ahí, como si el
tiempo no hubiera pasado, como si todo volviera a suceder.
Luego has
llamado. Has escrito. Y me doy cuenta de que has estado a mi lado desde que
decidiste no hacerlo. Y aunque parezca absurda esta lucha intestina que nos
separa, es ella la que también nos une. No me preguntes porque. No soy yo quien
sabe las respuestas. No se me ocurrieron jamás esas preguntas, esas que
disputaban relaciones donde seducir al milagro de las mariposas, donde
abandonar al secreto despacho de los días devastados por la pereza.
Hay un miedo
secreto, una consecución de irreales días desde donde confiscar ese presente
amargo en el que no me gusta vivir.
Quizás ahora
te toque a ti pagar ese peaje.
Creía que el
amor consistía en ver los dos el mismo azul. Mirarse a los ojos y sentir
el reflejo de ese cielo infinito en cada sonrisa, junto a cada gesto. Y no
porque crea que hay que ser uniforme sino porque el sentimiento más profundo o
tiende a ser similar o hay grietas que seducen al olvido y acaban por destruir
el presente común. Quizás no sea malo. Quizás simplemente sea doloroso y a la
vez sano el darse cuenta de que el amor resulta que tiene varios significados.
Y que la orilla es un espacio desigual dependiendo de quien lo mida. La
distancia en la vida no es siempre la misma por muy evidente que te parezca,
las velocidades varían.
Me encontré
en medio de la calle pensando en esto y otras mil cosas. El ruido y la contaminación tan
latente en esos días se habían adueñado un poco de mi meditabundo devenir al
borde de un abismo plano, sin colores, insípido, plomizo y vulgar. Caminé hasta
la calle con un café en uno de esos vasos de cartón tan de moda en
estos días.
Había
quedado con mi editor . Siempre a medio camino entre la apatía y un falso desinterés.
Esperaba
afuera, apoyado en la barandilla de la calle en
medio de una jungla de carteles llenos de caras, habitual en plena campaña electoral. Pensé
que dentro de unos días todo se habría olvidado. El olvido, ¿será el motor de la campaña y aún peor del voto de
la gente?. Pues quizás, porque esta suerte amnésica es la mejor de las
herramientas para seguir viviendo. El olvido te aleja de los fantasmas del
pasado y te convoca a un presente más limpio y aseado de lo habitual. Si eres
capaz de olvidar, de romper los lazos del pasado nada ni nadie te podrá parar.
Volverás a ser el dueño de ti mismo. Pero esto se escribe más fácil que se
hace. Como en la política. Como en esos nuevos carteles que tan rancios
parecían. Como en esos discursos de fin de campaña donde uno promete sin mas garantías
que uno mismo.
Mi editor
llegó tarde. Mis escritos no tenían el brillo esperado en sus ojos. Mi libro no
tendrá paginas donde escribirse. Al menos por ahora.
Es
bueno pero no encaja en nuestra línea editorial.
Y el olor a
café en mis manos cuando me seco la cara de esperanzas. Los pasos perdidos en sus palabras camino de casa. El pasillo interminable hasta llegar a mi puerta. Y el olvido que se
adueña de mis manos cuando por enésima vez me pongo el traje de escritor,
perdido en el corazón de las palabras.
Hay un
sonido de llaves en la cerradura pero hace mucho tiempo que las mias se quedan puestas para que nadie pueda entrar. Ni siquiera tu.
Es tiempo de
seguir soñando.
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