sábado, 28 de noviembre de 2015

Nostalgia

 




Nostalgia. Uno nunca sabe en que doblez de la memoria se encuentra perdida la nostalgia. Nunca sabe si cuando se acurruca sobre esa roca al atardecer sentirá algo mas que un frio seco en la garganta. 

Me perdí paseando por la playa en un ir y venir de recuerdos sinónimos. Las huellas que dibujaban grafitis de sombras en la arena a mi paso, dulcificaban mis ojos en busca de una media sonrisa que entretuviera el instante en que mi vida parecía que iba a romperse. Y así a cada paso, sobre cada ola que rompía a tan solo dos metros de mis pies descalzos. 

No solía bajar a pasear sin ti. Tu mano siempre me hacía encontrar el ritmo adecuado. Los pasos firmes, la respiración estable. El roce con tu piel me hacía estar un poco en ti. Por eso me encontraba algo perdido, sin el rumbo de otros días, con un desconocido arsenal de rumores revolviendo este instante presente.

Aceleré el ritmo para condenar a los recuerdos al vacío. Supe que si me alejaba de aquella orilla inquieta que enjuagaba mi memoria solo quedaría ese tacto espeso y salado que terminaría por cicatrizar las heridas. Tuve que rodear la "cala de los deseos" por las escaleras. La marea estaba alta y era imposible seguir bordeando la orilla.

El sol se amedrentaba entre las poderosas nubes que empezaron a poblar un cielo de otoño en estos raros inicios de Diciembre. No había tiempo. Los rayos serpenteaban y el olor a tierra mojada  me empujaban hacia el asfalto, como si las gotas me obligaran a decidir sobre mojarme o buscar cobijo. Decidir, comprometerme conmigo mismo. Escucharme y asumir mis decisiones.

El instinto suele ser poderoso en esos momentos de zozobra. Buscar ponerse a salvo de la vida, buscar el abrigo, no arriesgar en exceso. No atreverse. Quizás siempre fue una cuestión de responsabilidad pensé. Y sin darme cuenta mis pasos volvieron hacia la orilla mientras una lluvia fina empezaba a calarme hasta los huesos. Quizás solo era eso, mojarte, dejar que la lluvia te empape hasta que no puedas mas. Dejar que la vida te cale hasta los huesos. Vivir intenso, firme, siendo el protagonista de cada dia. 

Me di cuenta de que la lluvia estaba robándome las pisadas en la arena. Enfriaba mis manos y mis pies. Cada vez me empujaba mas hacia el mar. Cada vez me convertía mas en agua y menos en arena seca. Cada vez abrazaba mas mis pesares y los disolvía en espuma y sal purificada. Lavaba mis recuerdos y los convocaba uno detrás de otro hacia una orilla dulce, lisa, completa y delicada. 

Esta mañana no te dije nada al despertar. Salí sin tu mano a dar ese largo paseo en el que cada día nos perdíamos entre el silencio de nuestras sonrisas y el roce de nuestras palabras. He notado que la ausencia es aveces mas pesada que el orgullo. Y que mis pisadas son mas bonitas junto a las tuyas. He creído escucharte en cada golpe que el viento recitaba en mi oídos. He creído encontrar tus pasos en cada huella borrada por la orilla de tu nombre. Pero no ha sido así.

La lluvia sigue mojando mis ojos. Acelero el paso porque tengo ganas de volver. Siento como mis pulsaciones enloquecen mi corazón en busca del tuyo. Tantas veces hemos hablado con serenidad  de darnos un tiempo. Y tengo tantas cosas que decirte hoy. 

Me acerco a casa. Busco tu coche como cada día. No está. Las persianas  bajadas, la puerta cerrada con llave. Abro despacio, casi sin fuerza. Estoy mojandolo todo a mi paso. He dejado un rastro de huellas. El silencio compromete mis pensamientos una vez más en esos instantes delicados en los que no sabes que pensar.

Una nota encima de la mesa. Dos tazas en la mesa desde que te fuiste. 

Huele a café en la cocina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario