Nostalgia.
Uno nunca sabe en que doblez de la memoria se encuentra perdida la nostalgia.
Nunca sabe si cuando se acurruca sobre esa roca al atardecer sentirá algo mas
que un frio seco en la garganta.
Me perdí
paseando por la playa en un ir y venir de recuerdos sinónimos. Las huellas que
dibujaban grafitis de sombras en la arena a mi paso, dulcificaban mis ojos en
busca de una media sonrisa que entretuviera el instante en que mi vida parecía
que iba a romperse. Y así a cada paso, sobre cada ola que rompía a tan solo dos
metros de mis pies descalzos.
No solía
bajar a pasear sin ti. Tu mano siempre me hacía encontrar el ritmo adecuado. Los
pasos firmes, la respiración estable. El roce con tu piel me hacía estar un
poco en ti. Por eso me encontraba algo perdido, sin el rumbo de otros días,
con un desconocido arsenal de rumores revolviendo este instante presente.
Aceleré el
ritmo para condenar a los recuerdos al vacío. Supe que si me alejaba de aquella
orilla inquieta que enjuagaba mi memoria solo quedaría ese tacto espeso y
salado que terminaría por cicatrizar las heridas. Tuve que rodear la "cala
de los deseos" por las escaleras. La marea estaba alta y era imposible
seguir bordeando la orilla.
El sol se
amedrentaba entre las poderosas nubes que empezaron a poblar un cielo de otoño
en estos raros inicios de Diciembre. No había tiempo. Los rayos serpenteaban y
el olor a tierra mojada me empujaban
hacia el asfalto, como si las gotas me obligaran a decidir sobre mojarme o buscar cobijo. Decidir, comprometerme conmigo mismo. Escucharme y asumir mis decisiones.
El instinto
suele ser poderoso en esos momentos de zozobra. Buscar ponerse a salvo de la
vida, buscar el abrigo, no arriesgar en exceso. No atreverse. Quizás siempre
fue una cuestión de responsabilidad pensé. Y sin darme cuenta mis pasos volvieron
hacia la orilla mientras una lluvia fina empezaba a calarme hasta los huesos. Quizás solo
era eso, mojarte, dejar que la lluvia te empape hasta que no puedas mas. Dejar que la vida te cale hasta los huesos. Vivir intenso, firme, siendo el protagonista de cada dia.
Me di cuenta de que la lluvia
estaba robándome las pisadas en la arena. Enfriaba mis manos y mis pies. Cada vez me
empujaba mas hacia el mar. Cada vez me convertía mas en agua y menos en arena
seca. Cada vez abrazaba mas mis pesares y los disolvía en espuma y sal
purificada. Lavaba mis recuerdos y los convocaba uno detrás de otro hacia una
orilla dulce, lisa, completa y delicada.
Esta mañana no
te dije nada al despertar. Salí sin tu mano a dar ese largo paseo en el que
cada día nos perdíamos entre el silencio de nuestras sonrisas y el roce de
nuestras palabras. He notado que la ausencia es aveces mas pesada que el
orgullo. Y que mis pisadas son mas bonitas junto a las tuyas. He creído
escucharte en cada golpe que el viento recitaba en mi oídos. He creído
encontrar tus pasos en cada huella borrada por la orilla de tu nombre. Pero no
ha sido así.
La lluvia
sigue mojando mis ojos. Acelero el paso porque tengo ganas de volver. Siento como
mis pulsaciones enloquecen mi corazón en busca del tuyo. Tantas veces hemos
hablado con serenidad de darnos un tiempo. Y tengo tantas cosas que
decirte hoy.
Me acerco a
casa. Busco tu coche como cada día. No está. Las persianas bajadas, la puerta cerrada con llave. Abro
despacio, casi sin fuerza. Estoy mojandolo todo a mi paso. He dejado un rastro
de huellas. El silencio compromete mis pensamientos una vez más en esos
instantes delicados en los que no sabes que pensar.
Una nota
encima de la mesa. Dos tazas en la mesa desde que te fuiste.
Huele a café
en la cocina.
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