No es que no te crea. Es que me cuesta pensar que no supieras
que te quiero. Me cuesta pensar que no te dieras cuenta de lo mucho que te
quería cuando apenas sin mirarte revolvía cada rincón de tu cuerpo, cada
espacio que infinito se ocupaba de ti entre mis ojos. Me cuesta, porque nunca
escondí mis ojos tras las gafas de sol de un amanecer engañoso desde donde no
pudieras sentir o recibir cada caricia inconclusa que hacia despertar cada día
nuestras almas.
Es raro que me digas que no percibías que hubiera amor detrás de esos madrugones que tampoco me gustan y me desequilibran. Raro que el tropezar no te pareciera un recurso de ternura cada vez que atravesaba el quicio de la puerta de tu casa. Extraño que con la paz de las siete menos cuarto de la mañana no percibieras que mis pensamientos se rendían ante tu primer desfile del día: la modelo mas exquisita, la mas bella de las mujeres, el mejor de los deseos, la mejor de las despedidas. Es extraño que no te dieras cuenta del temblor de mis labios al decirte buenos días y quedarme al cuidado de tus vidas.
Reconozco que me sorprende que no repararas en el cuidado que puse en aquellas cortinas, o en aquella mesa que montamos juntos. Un día tras otro, iluminando esa casa tan tuya, tan especial, tan única y personal. Puro reflejo de cada una de tus virtudes, pura emoción, delicados detalles y sencillos recuerdos de distintas épocas de tu vida. Evidentemente no estoy en la repisa de los muebles, ni descanso dentro de los marcos de esas fotos donde están los importantes y donde las contadas ausencias siempre tienen un motivo. Yo ya no estoy, los huecos se estrecharon sin remisión y ahora descanso muy lejos de allí pero yo sigo viendo algo mío entre los cojines del sofá, o entre los clavos de ese pedestal que inaugura tu terraza cada primavera.
Lo que me hace dudar es que no te dieras cuenta de que cada minuto de mi vida lo dedicaba a ti. A esa manera tan tuya de planificar los días sin apenas señales, improvisando lo planificado, deshaciendo con una margarita si ir o quedarse. Si arrancar o parar en medio de la diatriba que supone un día a día demasiado cargado de violentas decisiones donde acurrucar los extremos del día sin apenas daños.
Es raro que me digas que no percibías que hubiera amor detrás de esos madrugones que tampoco me gustan y me desequilibran. Raro que el tropezar no te pareciera un recurso de ternura cada vez que atravesaba el quicio de la puerta de tu casa. Extraño que con la paz de las siete menos cuarto de la mañana no percibieras que mis pensamientos se rendían ante tu primer desfile del día: la modelo mas exquisita, la mas bella de las mujeres, el mejor de los deseos, la mejor de las despedidas. Es extraño que no te dieras cuenta del temblor de mis labios al decirte buenos días y quedarme al cuidado de tus vidas.
Reconozco que me sorprende que no repararas en el cuidado que puse en aquellas cortinas, o en aquella mesa que montamos juntos. Un día tras otro, iluminando esa casa tan tuya, tan especial, tan única y personal. Puro reflejo de cada una de tus virtudes, pura emoción, delicados detalles y sencillos recuerdos de distintas épocas de tu vida. Evidentemente no estoy en la repisa de los muebles, ni descanso dentro de los marcos de esas fotos donde están los importantes y donde las contadas ausencias siempre tienen un motivo. Yo ya no estoy, los huecos se estrecharon sin remisión y ahora descanso muy lejos de allí pero yo sigo viendo algo mío entre los cojines del sofá, o entre los clavos de ese pedestal que inaugura tu terraza cada primavera.
Lo que me hace dudar es que no te dieras cuenta de que cada minuto de mi vida lo dedicaba a ti. A esa manera tan tuya de planificar los días sin apenas señales, improvisando lo planificado, deshaciendo con una margarita si ir o quedarse. Si arrancar o parar en medio de la diatriba que supone un día a día demasiado cargado de violentas decisiones donde acurrucar los extremos del día sin apenas daños.
Yo esperaba tranquilo a que salieras de la ducha y esa sonrisa tan
cara luciera el resto del día a mi lado. Y si no, volvía a casa, y descansaba
mis sentimientos entre las miles de fotos que se acostaban a mi lado cada día.
Me extraña que no repararas en esa costumbre mía de estar siempre a tu lado,
disponible, esperando.
Me extraña también que pensaras que no tenía nada mejor que
hacer y que no sintieras que mi admiración por ti se me hacía infinita. Me
distraía la vida mirandote, observando cada pequeño espacio que ocupabas al
andar, al pensar, al sentir. Y que me vieras un día y otro volar a tu lado como
si la costumbre de los años me fuera a regalar algo, como si la permanencia a
tu lado fuera a ofrecerme una noche o un una tarde sintiendo que tu amor se
repartía también conmigo. Como si el sentido de la pertenencia se adueñara de
ambos. Pero no, tampoco fue así.
Se que jamás has pensado que fuera un idiota o que mi nivel de inmadurez "se dejara llevar por ti" como en ese credo de Antonio Vega. Quizás simplemente te gustaba sentirte adulada o mejor aún te gustaba sentirte a salvo en esos días en los que tus ojos manaban agua salina con destino a ninguna parte. Esos días en los que se apagaba la luz y las sombras lo ocupaban todo. Pedazos de miserias que se adueñaban de tu destino, fantasmas con nombres de mujer, familias que te envolvían en la locura, misterios que acomplejaban tu espacio en esta vida. Entonces necesitabas paz y ternura. Descansar y pensar en volver a empezar.
Se que jamás has pensado que fuera un idiota o que mi nivel de inmadurez "se dejara llevar por ti" como en ese credo de Antonio Vega. Quizás simplemente te gustaba sentirte adulada o mejor aún te gustaba sentirte a salvo en esos días en los que tus ojos manaban agua salina con destino a ninguna parte. Esos días en los que se apagaba la luz y las sombras lo ocupaban todo. Pedazos de miserias que se adueñaban de tu destino, fantasmas con nombres de mujer, familias que te envolvían en la locura, misterios que acomplejaban tu espacio en esta vida. Entonces necesitabas paz y ternura. Descansar y pensar en volver a empezar.
Y no hay nada como que alguien te sujete pudiéndote soltar
cuando quieras, pudiendo deshacer los lazos o cortarlos y volar. El mejor de
los refugios.
Es bonito eso de volar. O regalar un “Para que vueles” como mantra
interminable. Es agradable siempre que no esconda un vacio inagotable, una
interminable caída sin redes a las que agarrarse.
Quizás es que ese mundo clandestino en el que vives agota y
destruye. Ese mundo incierto y falso termina siendo tan fugaz como efímero, por
muchos lugares ocultos donde desatar la pasión. Por muchos besos que le robes,
por mucho amor prometido sin compromiso. El juego es un campo de minas tramposas que
terminan por aniquilar al mejor de los deseos.
Pero ese gusanillo de las cosas que no se concretan es como
una droga que no pudieras dejar, esa dosis que necesitas para seguir, para
despertar por algo, para sonreír y vestirse de medias y tacones de altura por
si hoy fuera el día en el que hay que volar.
Mientras, poco a poco
se va la vida.
Mientras, el camino se
vuelve angosto y lo sencillo se complica cada día.
Quizás pensaste que podía ser esa clínica para desintoxicar a la vida de ese juego infame,
para desenmascarar las verdades que tanto duelen, para descansar de lo
inconfesable hasta que la lluvia amaine y los rayos sean bonitas luces de
colores en la lejanía. Un lugar idílico desde donde asomarte a un mundo lleno de
pausa, un mundo añorado que tan difícil es de encontrar.
Me extraña que no sintieras que la paz de los días con los
niños eran algo mas que simples estancias desde donde acurrucarte sin mas a
descansar para volver a esa batalla que nunca termina pero que promete tener un
final feliz. Me da que nunca recibiste como actos de generosidad cada día de insomnio
pensando en ti, en ellos, sino como parte de las obligaciones adquiridas en un
pasado remoto y lejano que nos implica en cada día de este presente donde el
amor mas austero nos interpela.
Me da que no te crees que ese final feliz llegue a existir y
por eso no te descuelgas del todo de esos hilos conductores que te abrasan a
veces y te calientan otras en las noches de un frio triste y helador que no
consigues calmar.
En fin, no es que no te crea. Es que me parece raro que
sigas pensando que dos que tanto se quisieron pueden pasar página y sobrevivir
al perfume de otros labios, de otras manos, de otros zapatos en los pies del
otro. Me parece extraño porque volar no es tan fácil, querer no es sencillo y
dejar de amar no es tan elemental o simple.
Por eso me sorprende que
digas que no lo sabias, por que o no abres el correo, o no escuchas la voz
del verso que te recorre cada día al compás de mis palabras.
Quizás simplemente es que no lo has entendido pero lo mas
seguro es que yo no haya sabido explicarme demasiado. Así que no me extraña que
a pesar de todo no sintieras que era yo quien te quería y estuvieras distraída
con esos cantos de sirenas que tan bonitos suenan y al final te devoran.
Y es que el amor no se explica.
Así que no sé que hago aquí perdiendo el tiempo.
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