El amor no se compara,
leía debajo de la sombra de una estantería llena de libros sin apenas
pestañear. No cabe duda de que quien posee un guardaespaldas tan
intelectualmente poderoso no deja de sumar riesgos concebidos de una
manera inhóspita, arriesgada e irreal. O quizás no tanto. O quizás no tan
inusual y desprendida, porque ¿qué son los libros sino un pedazo de la historia
de nuestras vidas? ¿Qué, sino la delgada línea entre lo fantástico y esas
sombras que caminan en un quicio incapaz de definir la realidad?
Mientras apuraba la caña y se regodeaba en toda esa
literatura, pensaba en cómo sería recordado después de tantos años en ese
barrio, frecuentando un día tras otro los límites de esas calles desprevenidas
y confusas en las muchas noches de tangos a media luz.
Se preguntaba cómo serían las cosas a partir del día en que
saliera de allí. Como hacinaría los sentimientos en cajas de cartón escritas a
rotulador ordenando en cada etiqueta los espacios donde depositar las fotos,
los recuerdos, ese amor que hoy se torna imposible. Las sabanas donde tantas
veces amó con desenfreno, las camisetas impregnadas de ese corazón roto y
hundido, manchadas por las heridas que aún tardaran tiempo en
cicatrizar. Los guantes donde quedaron tantas caricias doloridas
encerradas entre aquellos forros de dedos a punto de estallar. Y esos zapatos
oscuros con los que había inundado de pisadas los límites de lo imposible.
Al final esta vida es
una trampa mortal pensó, que siempre acaba igual. Días de brillo, momentos de lluvia que te mojan hasta los besos, que te
encojen los versos al secarse despacio entre el viento de un verano equivoco y
ese sol que ciega el futuro varios pasos más allá.
Me iré sin hacer mucho
ruido de aquí. Me abandonare y cuando me dé cuenta tras de mí no habrá mas fuga
que la silueta traviesa de un recuerdo escondido detrás de aquella farola, sentada en aquel banco de
plaza España donde nos besamos por primera vez. Ahora me voy.
Es curioso lo poco que va pesando la maleta en cada viaje.
Que contradicción: pasa el tiempo y la vida se aligera, huye del ruido y apenas
tiene algo más allá de lo que cabe en sus manos. Un corazón a medio gas, donde
guardar dos o tres estampas por pura melancolía y algún beso despedido por
incompetente que se quedó conmigo por si algún día pudiera necesitarlo.
Y poco más, porque el aroma del pasado pesa demasiado. Pesa
tanto como el rumor de la nostalgia y ese sabor infinito en que se convierte el
amor añorado que apenas te deja caminar.
Así que la caja que lleva tu nombre la dejo en el
montón “para tirar”. Estoy seguro de que
no te va a molestar. Hace tiempo que nada te molesta, quiero pensar que es por
mi felicidad, por que pueda fluir y vivir. Para que mi viaje tenga continuidad
y al final de todo mi epitafio en este amor sea “pasó por aquí”.
Ha sido todo muy rápido después de tantos años. Imagino que
es una circunstancia más dentro de todo este marasmo de voces ausentes y
fantasmas apilados en la estantería de las promesas incumplidas. Debe ser que
un día en vez de repasar nuestras ausencias decidimos que por acumulación ya
nada es posible.
No podemos seguir. Nadie quiere seguir. Ni siquiera la
sensación de averiguar un sinónimo de "buscarte" es suficiente como excusa para
engañar a ese orgulloso espíritu que no deja de chillarme: vete, sal de
ahí.
Y por eso las cajas están ya en el portal. Y por eso la vida
se resume en un cuaderno de notas y un mp3. Y por eso a tu nombre se le han caído las hojas en otro
alarde de contradicción de vida: al empezar la primavera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario