No podía ser de otra manera. En un invierno lleno de notas de luz y calor,
la primavera abría su estación con una lluvia fina y un viento otoñal. Los
arboles continuaban desnudos y las aceras mojadas. Un tiempo distraído que no sabía
a que estación quedarse.
Las manos se recolocaban buscándose llenas de un calor inconformista entre
ese desliz primaveral que se asoma a nuestra confusa estancia en estos primeros
días de la primavera.
Llevábamos días invocando al pasado. Nuestro lenguaje era intuitivo,
espontaneo. Nos ofrecíamos cariño y dejamos de rendirnos a ese presente
que siempre nos contradecía. La vida fluía sin mas a nuestro alrededor. Versionándola
para encontrar en ella un sonido mejor, más limpio, original.
Por aquel entonces Carlos seguía puntuando alto en el ranking de los más
deseados. En ese espacio de tu vida en el que para él siempre había un hueco.
Él, que no tenía que correr para complacer cada minuto de tu vida.
Él, que se limitaba a no acudir a tus llamadas porque no estaba cuando
mas le necesitabas. Él, que siempre aparecía con su sonrisa temprana y sus
canciones de M80, sin angustias, sin rutinas ni experiencias en el fango de la
vida. Él, que siempre respiraba por debajo de tu ombligo con un simple
pestañeo. Él, que vivía en su constante compañía alejando a los fantasmas de la
cama de tus deseos, en el impaciente capricho de tus sueños. Y tú que seducías
al fantasma en medio de esa inhóspita vida.
Así era Carlos. El que sacaba al perro mientras tu solías hacer la cena al otro lado de la ciudad,
improvisando guisos entre los nervios de su llamada. Congelabas entonces los
pensamientos en la nevera familiar donde deberían permanecer hasta la mañana
siguiente, hasta que los rayos del sol iluminaran tu cara buscando sus sombras,
el cobijo, el ejemplo solitario de su besos.
Mientras el paseo nocturno buscaba tu deseo, sus palabras buscaban tu amor.
Y así al menos quince mágicos minutos cada día. A las nueve de la noche.
Después, entraría en casa, se quitaría el abrigo y sorprendería a sus hijos
en la mesa. Un beso más para María, su compañera, su mujer de toda la vida, su compañía. Ella procuraba alimentar su existencia con las recetas de vida de
esos adultos con cara de niños que se sentaban entorno a la mesa cada
noche. Entonces, la cuchara rozaba sus labios y la sopa escribía tu nombre
una vez más. Letras cursivas que volvían a producir el milagro de
tenerte dentro, caliente, fugaz, especial.
Buscaría entonces la mirada cómplice de María sentada como siempre a su
derecha, mientras ella dulce y fugaz se pararía a sonreír en un gesto de
placentera confusión: - debe ser la
peluquería..-
Entonces el sillón de "entresueños" se acordará de ti y de esos
pensamientos que reposan inconclusos mientras
buscas el “buenas noches amor” de cada día en el wassup con un cigarro
en la mano. Él, escondido en el baño escribiendo su mantra antes de
arroparse en ese sofá con olor a Maria.
Y así esta sencilla ecuación en la que no hay ni vencedores ni vencidos.
Casi todos se saben perdedores a su manera menos Carlos que siempre enjuaga su
miseria en ese licor agridulce de la media vida.
Y así hasta que la noche le amanece atado a su corbata bien planchada
enloqueciendo los límites de su cuello, ese elegido lugar desde donde se
inician la mayoría de los placeres en las tardes prohibidas. En los espacios
donde la mentira es la dulce neblina que simplifica la vida.
Y un día mas, sentado en su despacho agitará los fantasmas de la ética y los parámetros
incontestables que deben cumplir los servicios que presta. -"Te doy mi palabra"- interrumpirá al oponente cuando en
medio del ansiado fin de la negociación quiera ese remate de capote y
espada para desnudar a su oponente.
Y así continuará sucumbiendo a las horas y los días con la rutina del
último beso en el garaje, el último encuentro en el parque o en esa cena de
despedida de Martin escapándose a su hotel por horas desde donde el amor será
ese personaje clandestino tan predispuesto a la pasión.
Eso desde su rigurosa marcialidad de ingeniero, desde su cuadriculado
cálculo de la vida donde no caben improvisaciones ni estúpidas fantasías.
Y así, la vida sera ese lugar en el que se cuecen sopas de letras con labios que se besan
por inducción y otros por enamorada pasión. Con
manos que se rozan clandestinas y abrazos de media noche que interrumpen los
sueños para hablar de cariño, serenidad y paz. Y mentiras que son mas que una
simple declaración de principios, que son algo mas que engaños, mas que
propósitos y enredos.
Mentiras que pasean de la correa de ese perro mío que
ladra sin saber porque, cuando el tono de mi voz, se parece a la de Carlos.
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