lunes, 21 de marzo de 2016

Mentiras










No podía ser de otra manera. En un invierno lleno de notas de luz y calor, la primavera abría su estación con una lluvia fina y un viento otoñal. Los arboles continuaban desnudos y las aceras mojadas. Un tiempo distraído que no sabía a que estación quedarse. 
Las manos se recolocaban buscándose llenas de un calor inconformista entre ese desliz primaveral que se asoma a nuestra confusa estancia en estos primeros días de la primavera. 

Llevábamos días invocando al pasado. Nuestro lenguaje era intuitivo, espontaneo. Nos ofrecíamos cariño y  dejamos de rendirnos a ese presente que siempre nos contradecía. La vida fluía sin mas a nuestro alrededor. Versionándola para encontrar en ella un sonido mejor, más limpio, original.

Por aquel entonces Carlos seguía puntuando alto en el ranking de los más deseados. En ese espacio de tu vida en el que para él siempre había un hueco.

Él, que no tenía que correr para complacer cada minuto de tu vida. Él,  que se limitaba a no acudir a tus llamadas porque no estaba cuando mas le necesitabas. Él, que siempre aparecía con su sonrisa temprana y sus canciones de M80, sin angustias, sin rutinas ni experiencias en el fango de la vida. Él, que siempre respiraba por debajo de tu ombligo con un simple pestañeo. Él, que vivía en su constante compañía alejando a los fantasmas de la cama de tus deseos, en el impaciente capricho de tus sueños. Y tú que seducías al fantasma en medio de esa inhóspita vida.

Así era Carlos. El que sacaba al perro mientras tu solías hacer la cena al otro lado de la ciudad, improvisando guisos entre los nervios de su llamada. Congelabas entonces los pensamientos en la nevera familiar donde deberían permanecer hasta la mañana siguiente, hasta que los rayos del sol iluminaran tu cara buscando sus sombras, el cobijo, el ejemplo solitario de su besos.

Mientras el paseo nocturno buscaba tu deseo, sus palabras buscaban tu amor. Y así al menos quince mágicos minutos cada día. A las nueve de la noche.

Después, entraría en casa, se quitaría el abrigo y sorprendería a sus hijos en la mesa. Un beso más para María, su compañera, su mujer de toda la vida, su compañía. Ella procuraba alimentar su existencia con las recetas de vida de esos adultos con cara de niños que se sentaban entorno a la mesa cada noche. Entonces, la cuchara rozaba sus labios y la sopa escribía tu nombre una vez más. Letras cursivas que volvían a producir el milagro de tenerte dentro, caliente, fugaz, especial. 

Buscaría entonces la mirada cómplice de María sentada como siempre a su derecha, mientras ella dulce y fugaz se pararía a sonreír en un gesto de placentera confusión: - debe ser la peluquería..-

Entonces el sillón de "entresueños" se acordará de ti y de esos pensamientos que reposan inconclusos mientras  buscas el “buenas noches amor” de cada día en el wassup con un cigarro en la mano. Él,  escondido en el baño escribiendo su mantra antes de arroparse en ese sofá con olor a Maria.

Y así esta sencilla ecuación en la que no hay ni vencedores ni vencidos. Casi todos se saben perdedores a su manera menos Carlos que siempre enjuaga su miseria en ese licor agridulce de la media vida.

Y así hasta que la noche le amanece atado a su corbata bien planchada enloqueciendo los límites de su cuello, ese elegido lugar desde donde se inician la mayoría de los placeres en las tardes prohibidas. En los espacios donde la mentira es la dulce neblina que simplifica la vida.

Y un día mas, sentado en su despacho agitará los fantasmas de la ética y los parámetros incontestables que deben cumplir los servicios que presta. -"Te doy mi palabra"- interrumpirá al oponente cuando en medio del ansiado fin de la negociación quiera ese remate de capote y espada  para desnudar a su oponente. 

Y así continuará sucumbiendo a las horas y los días con la rutina del último beso en el garaje, el último encuentro en el parque o en esa cena de despedida de Martin escapándose a su hotel por horas desde donde el amor será ese personaje clandestino tan predispuesto a la pasión. 

Eso desde su rigurosa marcialidad de ingeniero, desde su cuadriculado cálculo de la vida donde no caben improvisaciones ni estúpidas fantasías.

Y así, la vida sera ese lugar en el que se cuecen  sopas de letras con labios que se besan por  inducción y  otros por enamorada pasión. Con manos que se rozan clandestinas y abrazos de media noche que interrumpen los sueños para hablar de cariño, serenidad y paz. Y mentiras que son mas que una simple declaración de principios, que son algo mas que engaños, mas que propósitos y enredos. 

Mentiras que pasean de la correa de ese perro mío que ladra sin saber porque, cuando el tono de mi voz, se parece a la de Carlos.

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