Me levante
como tantas veces, con la vida cargando sus tintas espesas de cada mañana sobre mí.
A menudo esto me hacia tambalearme hasta que mis ideas se colocaban, se
aclaraban y diversificaban en sí mismas mostrando indefinición en cada uno de
los pasos siguientes. En seguida el desayuno. Las tostadas con tu nombre, el batido de soledad y refugio. Amor, esencia y deseo al menos como anhelo.
Entonces me
limitaba a pensar de manera difusa en los olores de la mañana: el café, los
zumos, la fruta infiel que recorrería mi cuerpo haciéndole ensanchar y
distribuyendo sus azucares por mi organismo. Escogería mi mantra para el día en
cuestión, sobornando a las páginas del periódico para que al final de esta magnífica
aventura todo fuera un síntoma de auténtica rutina. Una aventura sin más
recorrido que las horas que me llevaran a silenciar una noche más los sueños y las
sintéticas formulas con las que construir los días. ....
Cálculos y más
fórmulas para que al final la vida desemboque y se paralice en ese mar de
silencios y algarabías que nos esconden tras los días y nos hacen naufragar a
veces. Y mientras tanto, jugar a divagar en esa inesperada orilla donde la vida nos
aplaude y nos empuja a seguir viviendo.
Aquellos
susurros reconocibles en la lejanía. Aquella forma de pensar a cada paso. Aquella
manera tan tuya de volar sin alas. Eras tu, pero no sabía porque.
Ese mar al
que tantos secretos le cuentas se detenía ante mi. Ese espacio abierto desde
donde acostumbras a asomarte sin que nadie repare en el riesgo incontrolado que
supone vivir sobre un quicio con ventanas al vacío y unas olas que se “descomportan”
y amanecen sin que reparemos en ellas. Un secreto sueño desde donde admirar
la madrugada. La escueta visión de tus ojos mas allá del sol.
Y Madrid de
nuevo. La realidad. Su realismo.
Un pasillo sin esquinas, una luz que recorre los oscuros rincones de mí
dormida habitación. Una sensación extraña que no hace sino recordar la última vez
que nos entretuvimos en nosotros. Una sonrisa que cautiva, se quedó entre
mis manos sin más resurrección que algunos recuerdos confusos, livianos como los últimos pétalos de esa rosa
marchita que se inclina y adorna el suelo de la vida. Desordenados y confundidos como
cascaras de brillos opacos donde descansar la mirada que acerca y exprime tu
recuerdo.
Los ritmos
van admitiendo dosis de alegría. Los espacios se vuelcan distintos ante mí, como una correlación de
cosas maravillosas en las que entretenerse cada día, como esas sensaciones
ambiguas que se detienen ante ti para desordenar la rutina y convertir tu vida
en vida por un instante.
Y es que los
días y las sonrisas van de la mano cuando la realidad se paraliza en cada
fotografía que imagino de ti. Y los pasos sonríen mientras taconeas. Y las
calles que se asombran mientras las dudas se revuelven cuando pasas. El arpegio
de una guitarra que acompaña un verso suelto, una frase rota que sin dudarlo tu
reparas. Cuerdas y notas perdidas que encuentran cobijo en tus frases. Olas
extintas que desconoces en ese refugio tuyo que se convierte en una enfermería de
frases donde miles de palabras se libran de morir abandonadas en un simple y amontonado borrador de ideas. Tantos vocablos heridos, tantos pensamientos abandonados sin suerte que tu acoges.
Y huellas de
arena que marcan un destino que se borra mientras caminas. Y letras que se
descomponen y se limitan. Estancias perezosas desde donde mirar el infinito con
la magia de las letras, descolocadas, infinitas, referencia de colores que
difusos encontraron luces y algunas sombras demasiado altas como para poder
saltarlas.
Entretenido
en ti desde hace horas sin saber porque, cuando a la vuelta de unos minutos
revoltosos de escritura deforme y sin rumbo claro me di cuenta de que nada es
por nada. Y que todo era porque los años no pasan por ti, pero una vez al año se
detienen. Seguro que has sido muy feliz.
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