domingo, 12 de febrero de 2017

A tu lado.





                                                           


                                                                      Me habría gustado verlo todo de lejos
                                                          con la experiencia que dan  los años. Pero me
                                                          habría gustado verlo a tu lado.

                                                                                                         Mario Benedetti




No cabía ninguna duda de que eras tu: la mano cubriéndote la boca en medio de una sonrisa tapando de manera incontinente cada instante de felicidad. 

Nunca te estremeció ser feliz. Siempre te agarraste a  ese complejo de no merecer lo bueno que te pasaba. Si un chico te miraba - se equivocaba-.  Si un trabajo te reconocía la valía - era por otros- . Si alguien te escribía bonitos versos de amor -  estaba loco-. 
Si la vida te salía al paso, retrocedías para que pasará el siguiente.   

Eso te valió el aplauso de muchos que vivieron al albor de tus renuncias: recogieron el fruto de tu esfuerzo sin pudor, bajo soflamas de amor y lealtad. Siempre deseaste su cariño pero con el tiempo todos desaparecieron.
Imagino que te observan  discretos con el fruto de tu recuerdo en su currículum.

Mientras tanto con el paso de los años, una detrás de otra, se acumularon las excusas para seguir en esa zona de confort que sorprendentemente fue la infelicidad. Siempre anudando las palabras con esa manera tan tuya de hablar y justificar el infinito remedio de la insatisfacción bien entendida. Quizás aquellos años de adolescencia donde siempre borraban de la pizarra de tu vida cualquier atisbo de brillantez, genialidad etc. Cualquier gesto admirable que partiera de ti era suprimido y te hizo invisible en ese mundo de hombres habitado por mujeres que era tu casa. Quizás ahí desarrollaste esa habilidad tuya para ser infeliz aún en los momentos mas dulces de tus días.

Me sorprendió aquella estampa pero volví a mirarte, eso sí,  con las lógicas dudas de quien mira a escondidas, mientras tu dedo extendido dibujaba palabras con ese humo tenue del último Malboro. Y el espacio por el que transitaban  tus ojos mientras las pupilas recorrían una y otra vez el estilo definido y educado de su compañía.

Estabas allí. El apenas movía ni un ápice su cuerpo salvo para llevarse el cigarro a la boca. Observaba cabizbajo él postrero soliloquio que desvirtuaba entre sombras el camarero con sus paseos por las mesas. 

Hacia muchos meses de nuestro último encuentro. Y antes de este más de tres años de nuestro último lamento. Y es que nuestras salidas eran un puro lamento, un desenfreno de lagrimas y dudas que ocupaban cada hueco de amor desprevenido y oculto entre nosotros. Ellas limpiaban los rincones oscuros de nuestra melancolía llenando de un agua, bendita y amarga, los sinsabores de un amor reconducido en tristeza. Te ví al fondo. El invierno y tu sonrisa congelaron mis ojos. Una mirada vaga llena de recuerdos. 

Es curioso como la memoria se distancia de nosotros y reconstruye algunos capítulos del pasado de manera que podamos hacerlos convivir con nuestro día a día. Es capaz de construir escenas que jamás ocurrieron por pura supervivencia, por pura cortesía desde donde poder vivir el tiempo que nos quede sin demasiado desconsuelo. En realidad la terapia, las sesiones con nuestros psicólogos de cabecera y las tardes de amigos con una copa y un par de recuerdos, no son más que los ladrillos, que en una forma u otra, nos hacen construir la casa desde donde acurrucarnos sin miedo el resto de nuestra vida.

De todos los garitos de todas las ciudades de todo el mundo… que diría Rick en Casablanca, de todos tenías que estar sentada en el mío. Aunque he de decir que me gustó ver su sonrisa temprana. Me pareció acariciar de nuevo la sensación de plenitud que todo lo enciende, incluso las más bellas alarmas del dolor. Quejidos desacostumbrados desde que te fuiste y que a veces, de manera insólita, uno echa de menos. 
Ese viejo libro sobre la mesa. Recuerdo uno de esos dias que no se planean, de los que sin querer se escapan al entendimiento. De esos en los que sin mas equipaje que nuestras ganas de perdernos nos marcaron para el resto de nuestras vidas. 
Uno de esos dias acurrucamos en tus manos el poco dinero suelto que teníamos y cogimos un tren para ver la nieve de cerca y fundir el hielo de cada rincón de la sierra con nuestros cuerpos.
  
Ese libro apareció en el viaje de vuelta. Se escondió durante todo el camino para saborearte en la despedida, en aquel portal de hierro lleno de secretos que morirían en nuestros labios. En aquel “ Inventario” estaba escrita nuestra vida. La presente y la futura, como si el mismísimo Nostradamus hubiera escogido nuestras vidas y con un verso delicado hubiera decidido escribirnos.

Tenías la portada ajada por el uso. Las paginas marcadas por aquellos poemas que por una razón u otra  querías recordar. Seguro que cada página estaría impregnada por ese olor que siempre me supo a utopías y coraje. Tu sonrisa volvió a disfrazare de sueños. La distancia apenas imperceptible entre tu y yo me devolvió intactas las secuencias que dibujamos en nuestros días juntos.

Me aleje con un gesto muy mío de encoger los hombros mientras mi foulard se enredaba con mis sueños.

Y recordé que la vida me había sido propicia en muchos aspectos y esperaba lo siguiera siendo muchos años después  pero no hay duda de que el infinito final que sin duda ya espera me habría gustado verlo a tu lado.

La tinta está demasiado seca. Las lagrimas ya no son capaces de borrar tanto pasado. Benedetti ya se fue y su Inventario ya descansa en una balda perdida desde donde, a su lado, apoyamos la vida. 

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